jueves, 24 de febrero de 2005

El docente troceado

Me encargan un intensivo de nivel a2/b1, lo cual se traduce en hablar durante una semana o dos del pasado. Un alumno ha adquirido todo su español a base de escuchar a amigos; otra lleva diez años sin una clase. Respiro, porque probablemente su idea del pasado en español no se limita a asociar indefinido con ayer (¿por qué “ayer llovía mucho”?), perfecto con hoy (¿por qué “esta mañana vi a un hombre muy raro”?), e imperfecto con descripción (¿por qué “la fiesta estuvo bien”?). Si alguna vez han estudiado los tiempos del pasado vinculados a marcadores temporales, confío en que se les haya olvidado.

Ayer empiezo la clase escribiendo en la pizarra nueve verbos que, según mi experiencia, se suelen usar para contar una historia: darse cuenta de, decir que, preguntar, empezar a, pensar que, decidir + infinitivo, querer, saber, irse. Durante media hora discutimos cuáles de estas acciones son más propias de indefinido y cuáles de imperfecto. Si se inclinan por un tiempo (por ejemplo, “preguntar” e indefinido), les pido que imaginen un ejemplo con ese verbo en imperfecto.

Tiro sobre la mesa unas cuarenta fotos de mi vida. Se trata de que compongan una historia con las imágenes que a ellos les parezcan más interesantes, usando al menos cinco de los verbos discutidos. Les veo unos minutos picotear en mi vida. Un alumno me mira fugazmente y se ríe. No logro imaginar mi cara. Una alumna elige para su narración cuatro fotos del mismo viaje; el alumno, en cambio, otras cuatro de etapas muy distintas.

Sus textos saltan con soltura y corrección de un tiempo del pasado a otro. Como siempre existe el peligro de que, al leer en alto, los compañeros se distraigan (porque los alumnos no están acostumbrados a entonar), insto a los oyentes a que reconozcan en el acto la imagen que menciona el lector. Así, como un reloj, se derrite mi biografía en hora y media.

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