martes, 1 de marzo de 2005

Los alemanes y el tiempo

Una diferencia sustancial entre España y esto es el transporte. Cuando un alemán sale de de su casa para coger metro, autobús o S-Bahn, puede predecir en qué minuto va a entrar en el trabajo, con un margen de error despreciable. Esta exactitud me parece un signo de calidad de vida. En Madrid, coger el autobús era a veces una apuesta. Y en Barcelona estaba casi todo tan cerca.

Desde que me hicieron notar esta diferencia, miro más. Les miro esperar. En el metro, nadie lo hace al borde de la vía. Les puede empujar un Penner. En el metro de Berlín se aprende a vivir con una cuota diaria de miradas perdidas, caras desencajadas, cuerpos flotantes que me resisto a llamar locos; son Penner. Tiendo a sentarme al lado de ellos. Aquí he aprendido a mirar oblicuamente las caras.

Ahora vuelvo a aquella tarde de verano en la que el metro que había cogido se quedó parado entre dos estaciones. Pasaron más de cinco minutos y nadie abrió la boca. Muchos en aquel vagón debíamos de ser extranjeros, y quizá alguno pensó lo que yo, que después de un rato, en España alguien se habría acordado en alto de este Gobierno que menuda mierda de servicio nos da etc. Un cruce de piernas se habría sentido, alguna risa nerviosa, un periódico desdoblado y vuelto a doblar. Aquella tarde alemana, nada.

Cuando el vagón prosiguió, también lo hizo el silencio. Con el movimiento, me sobrecogió que nadie expresara alivio o subiera las cejas; la imperturbabilidad parecía borrar el fallo. Era como si el transporte no se hubiera interrumpido en el norte de Europa. Hasta hoy no me había atrevido a escribirlo.

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