domingo, 2 de enero de 2011

Lecturas del 1 y 2 de enero

El primer día del año duermo diez horas y me quedo otras dos en la cama. Leo otro poco más de Chatwin, el primer cuento de Patricio Pron y hasta la página 50 de Providence. Me quedo con ganas de leer más a Pron. Su cuento va de niños que desaparecen y reaparecen en la República Democrática Alemana. El estilo es muy contenido, signifique esto lo que signifique. Hacia el final del cuento el autor suelta la idea que quizá haya dado pie al mismo - que los hijos no son más que ideas de los padres. La idea no suena muy artificial sino que queda bien incrustada en la narrativa: se nos empieza contando la desaparición del niño Möhlendorf, entre detalles realistas del pueblo donde vive (los trabajos de la gente, una obra empezada por el gobierno que después de caer el Muro nunca quedará concluida). Luego hay un giro: empiezan a desaparecer otros niños, giro envuelto en otras circunstancias que nos ayudan a tragar la lógica de los hechos (se impone la peripecia del narrador en primera persona, seguimos asistiendo a las reacciones de otra gente del pueblo). Luego el autor presenta la idea central en un pasaje extraño y bonito, quizá bonito por lo extraño: el hijo del narrador le cuenta una anécdota que el narrador sabe inventada.

Quizá me ha gustado por creer que lo he entendido, o solo por ser la primera lectura del año.

El día siguiente despierto un poco antes y picoteo en los tres libros que he dejado al pie de la cama la noche anterior: A sport and a pastime, de Salter (el primer capítulo); Vértigo, de Sebald (sin terminar el capítulo dedicado a Stendhal); y hasta la página 23 del Yarfoz de Ferlosio, con el que pego dos cabezadas. Para disfrutar a Sebald necesitaría un estado de ánimo similar al que me haría admirar un grabado. De Ferlosio no había leído ficción, solo artículos del ensayo El alma y la vergüenza. A pesar de que las primeras páginas de Yarfoz son más enciclopédicas que narrativas, no logro concentrarme. Entre todos esos nombres ("los Grágidos", "Escescésina") mi cabeza se desvía constantemente a las tareas que me esperan hoy.

Por orgullo me obligo a empezar mañana con Yarfoz. Quiero demostrarme que no estoy negado para leer esta mezcla de géneros, histórico y fantástico. Seguiré con Salter, cuyo primer capítulo me ha gustado (claro, frase corta: facilito). Cuenta un trayecto en tren desde París hasta una casa en la provincia. Yo siempre me he creído muy singular y literario mirando por las ventanas del tren. Salter narra esto con desapego. Desde que me hice polvo la adolescencia con El extranjero, me dejo seducir por desapegados.

De postre, cogeré otro libro en español, para que no se me olvide más el idioma. Algo de Vargas Llosa.

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