lunes, 18 de julio de 2005

El Sopranillo

Lo vi en uno de los trenes más idóneos. Iba yo la mañana del sábado a dar un curso intensivo de fin de semana y había cogido la U1, la línea de metro que rasga Berlín de este a oeste por un paso elevado. Lo vi en otro vagón a través de una ventanilla que parecía temblar cuando el metro agarraba una curva.

Él llevaba un traje negro de rayas blancas, camisa con el mismo matiz de negro y una corbata rosa con un nudo doble Windsor o simplemente un nudo mal hecho, un nudo en todo caso muy genital, y el pelo chupado y la piel oscura y una bolsa de KaDeWe donde imaginé que ocultaba el silenciador.

Me consoló pensar que nadie se vestiría así para inmolarse por Alá en transporte público, pero luedo me di cuenta de que quería incluir a esta figura en la bitácora y naturalmente se me extravió la cabeza a la idea manida pero indudablemente necesaria de que Berlín parece reírse de todos los clichés y arquetipos, porque lo que en otras partes resulta serio u hortera o cutre aquí es irónico como un gorro de pescador empapado.

El Sopranillo se alejó, añoso y planchado como la ciudad pero con el mismo punto de bizarría.

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