viernes, 15 de julio de 2005

Neíto

Una vez a la semana tengo el placer de dar clase a dos personas a las que quiero, una pareja amiga de Prenzlauer Berg. Hay que ir por la noche, porque sus hijos, de ocho meses y tres años, no se duermen hasta las ocho y media. A veces llego a su casa y todavía está el mayor, Neo, pululando y haciendo preguntas.

Le llamo Neíto y me cuesta seguirle cuando me habla en alemán y de repente me mete el dedo en el ojo. Cada vez que me ve, pregunta si le he traído una sorpresa, así que él es a quien doy las cartulinas de colores que me sobran de las clases. En español sabe ya decir “playa”. Su madre le habla en alemán de Hannover y su padre en francés de Bélgica.

La última vez le llevaba yo una pequeña postal y le saludé en español, concentrado como estaba en la clase de sus padres. Después de saludarle, seguí anunciándole que había traído una sorpresa para él (“una SOR PRE SA, Neíto”), y le enseñé la postal. Esta es una foto, Neíto. Von wem, dijo él, de quién.

Me había entendido. Y entendido me sentí: abarcado por el mundo del niño. Quise abrazarle y también llorar de duelo por juegos y juguetes. En vez de eso le contesté en español (le dije de quién), y en un segundo abismal el niño me miró muy dentro y empezó a reírse.

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