lunes, 4 de julio de 2005

Picado-contrapicado

Estoy orinando en un patio de Berlín detrás de una caravana, con la noche malva y el suelo crujiente de astillas gruesas y blandas. El pis parece dibujar un mapa en este lecho de maderas. Su sonido lo amortiguan los pequeños pasos que la lluvia está dando, tímida, es como si anduviera con hipidos, tímida sobre mi piel.

Ahora la cámara gira lentamente hacia arriba. Se detiene unos segundos en el famoso segundo piso del edificio, con sus rojoscuros y sus turistas sin aspecto de turistas apoyados en el balcón. Sigue hasta la galería superior, donde se mezcla la luz de los fluorescentes con los colores de los lienzos secos, hasta el último piso azul y violeta, hasta el cielo que he llamado malva.

El edificio semeja una gran máscara. Está amenazado de ruina. La luz de un verano húmedo transita suavemente sobre él. Hace unas horas estaba yo en el balcón de su último piso, como un falso turista, buscando algo o a alguien entre el desorden de abajo, entre bancos y mesas de madera, entre esculturas a medias y esculturas acabadas, y entre letras, letras gigantes y oxidadas que se desparraman por todo el patio.

Buscaba allí abajo una figura quieta: quieta en la leve lluvia y como ajena al mundo, y sólo al acabar este texto percibo que la figura era yo. Lo cual explica que mi vida se encuentre encrespada.

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