martes, 14 de junio de 2005

Mirarse oblicuo

Hemos elegido tantos subterfugios para no estar mirándonos todo el tiempo a los ojos. La comida. Las películas. El teléfono. Nuestros trabajos. Yo, Berlín. Y esta bitácora. La inmensa pizarra documenta las veces que me he ido. Ahí he escrito lo que por torpeza o vergüenza deliberadas o voluntarias no he sabido deciros a la cara.

Hace dos domingos, estoy esperando a un amigo de toda la vida en el aeropuerto. Su vuelo se retrasa y decido tomarme una cerveza de trigo en la cafetería. Me siento rodeado de parejas que no hablan o callan. Todas tan tristes, me parecen. Un hombre se esfuerza por sacar conversaciones.

Una, dos, tres veces se dirige a ella y quizá le cuenta alguna nimiedad y ella le contesta con una sonrisa sosa o poco hecha y vuelven el silencio y las miradas que se esquivan y en oblicuo se fugan. Decido seguir descreyendo de la pareja. Llega el avión.

Una semana más tarde –ayer- estoy esperando en la misma cafetería la marcha de otro avión que de golpe devolverá a tres amigos a la ciudad donde nos hicimos. Comemos. Algunos compran chocolate. Rememoramos mirando al vacío, al mismo punto que las parejas aquellas.

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