sábado, 21 de mayo de 2005

Berlin-Babylon

­es el título de un documental sobre la reconstrucción de la ciudad después de caer el Muro. Está muy bien. Salen los arquitectos del edificio Chrysler, del edificio Sony, de muchos edificios; salen promotores inmobiliarios buenos y promotores inmobiliarios malos, a veces en pleno desencuentro con el arquitecto; salen obreros subacuáticos y representantes de la Administración; y, sobre todo, sale Berlín.
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­­Está el discurso de Norman Foster al inaugurar la cúpula del Reichstag. Rodado en blanco y negro, pretendidamente emotivo, logradamente emotivo. Algunas imágenes de voladuras de edificios también en blanco y negro, pero un blanco y negro menos elegante, el blanco y negro de la posguerra. La textura de la película (como el grano de una foto antigua) parece abrirse. Junto al contenido de la imagen, la misma calidad del celuloide sugiere descomposición.
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­­Lloré al verlo la primera vez, pero no por tristeza. Aquel edificio siendo demolido me remitía a la plétora de demoliciones íntimas que uno atraviesa. Las cicatrices de una ciudad tienden a recordarme las propias; no es nada original. En Berlín abundan las heridas urbanas y la voluntad de superarlas.
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­­­­Un día estoy saliendo de casa y me encuentro la puerta del vecino abierta y el piso vacío. Hay un obrero dentro, afanado en destruir el horno de carbón. Sin que lo notara, presencié la caída de la última losa.

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