jueves, 10 de marzo de 2005

Hace un año (I)

Hace un año estaba en Kairuán, sitio sagrado del Islam. Había bajado en tren desde Túnez capital a Sousse, donde hice noche. A Kairuán llegué en una polvorienta Fiat con otras cinco personas. Al entrar en la furgoneta, la única mujer del grupo colocó de canto en el salpicadero un libro en árabe. Yo iba en el asiento del copiloto y no hablé nada.

A pocos kilómetros de Kairuán la mujer alargó el brazo para coger el libro y besarlo. Nos bajamos juntos y me detectó un vendedor de alfombras, que me dio una vuelta por la ciudad más callada que he conocido. Creo que por su culpa llegué tarde para conocer la parte permitida de la Gran Mezquita, de la que sólo pude ver sombras y el calzado de los fieles en la puerta. Me quedé en la entrada, apuntando estas cosas que hoy transcribo. Unos niños se reían de mi calva y un comerciante me preguntó y terminamos hablando del Real Madrid.

Algunos de los fieles que salían de la Mezquita se olvidaban de abrocharse los zapatos y todos desaparecían en silencio, como inmersos en la misma plegaria. Anduve por calles largas y vacías y me senté en la hierba ajada del Bassin des Aghlabides. Algunas parejas, dos o tres, se cogían ahí de la mano. Atardeció y empezó a hacer frío en el norte de África.

Aquella tarde, frente a la Gran Mezquita, había tenido durante varios minutos la certeza de que nada se movía. Abandoné Kairuán seguro de que aquel lugar seguiría quieto a perpetuidad.

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