miércoles, 9 de marzo de 2005

Pausados pómulos y fino inglés

Son cinco palabras que llevan más de 24 horas atormentándome. Las escribí en la bitácora ayer, con la intención de remarcar el contraste entre la entonación usual del inglés y la violencia de algunas frases que se profieren en esta lengua. ¿De qué voy, calificando los pómulos de una azafata como "finos" y su producción de una lengua como "pausada"? ¿Existen acaso pómulos de calidad más o menos selecta? A cuantísima gente pierde la aliteración.

Si tanto me incordiaba la frase, ¿por qué no borrarla o modificarla sin más? Nadie se daría cuenta. La bitácora digital ofrece la ventaja de la corrección inconspicua, a diferencia de una primera edición, a diferencia de una clase. No me atrevo a contar la cantidad de incorrecciones, omisiones y exageraciones que he cometido en aulas, y la de veces que he querido desdecirme, y la de veces que me he recordado ridículo mientras andaba por la calle y he empezado a murmurar aynononononó-quévergüenza, y la gente me mira, aunque en Berlín no tanto.

Pero mi propio trabajo lo induce, obligándome a decidir sobre la adecuación de las frases ajenas. A diario oigo a extranjeros hablar mi idioma y floto en el dilema de corregirlos o dejarles hablar para que ganen confianza. A diario presento muestras de lengua óptimas: pregono la exactitud y, diez minutos después, la necesidad de equivocarse para aprender. Esta profesión me erige en parte y juez de las conversaciones que emprendo.

Es por esto por lo que, entre tanta tensión dialéctica, el propio cuerpo pide autocrítica, flagelación; un masaje agresivo del ego. Hoy era el día.

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