martes, 1 de noviembre de 2005

­­­­Las distancias (II)

­Me felicitó con su particular entusiasmo, tan poco propenso a abrir mucho los ojos o a mover demasiado la cabeza, con una contención que quizá yo también ejercía antes de mi primera psicoterapia. Quizá; sólo quizá: porque, ¿cómo era uno antes? ¿Le interesa en verdad a uno saber qué gestos prodigaba (antes de este hito o de aquel otro)? ¿Qué palabras, qué odios, qué devociones?

­­Más que felicitarme me identificó. La comparación entre un techo descascarillado y los párpados de las viejas actrices que me atreví a publicar en esta bitácora el pasado jueves 20: supo que al teclear yo la frase, me estaba acordando de La muerte en Beverly Hills, de Gimferrer, y añadí que también se me había cruzado la imagen de Vera Miles, sin detallarle en qué película, porque yo sabía que él sabría.

Me acordé de otros hermanos, Junco y Percha Fisher, intercambiando sus decepciones durante el concierto de Tindersticks en Benicàssim 2004, sabiendo que el otro sabía, cruzando gestos y opiniones codificadas que uno sólo puede esperar que conserven hasta los restos.

Con el teléfono en la mano y mi hermano aún al otro lado, desventrando desde Londres mi texto, empecé a saltar sobre el colchón, como hacíamos al llegar cada verano a un hotel.

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