martes, 11 de octubre de 2005

Volver (II)

En la actualidad, el problema no es de inflación, sino de paro y crecimiento.
- Robert Stiglitz, en entrevista a El País (2 de octubre de 2005)
¿Y qué hacía yo un domingo del pasado noviembre en aquel piso vacío de la Zossener Strasse, contigo y cinco más, Sandrucha?, supongo que prolongar y extremar la superstición espaciotemporal que trajo a tantos españoles con sus maletas hasta Berlín, la cuasicertidumbre de que aquí se encontraba espacio con suelo de madera y luz rebosante por menos de dos cincuenta al mes y la otra cuasicertidumbre de que aquí no costaba pararse y encontrar tiempo tanto como en España y en todos los sitios que ya conocías, ciudades jadeantes y como cojas de correr y crecer. Yo no es que necesitara un piso, Sandrucha, yo ya estaba aposentadísimo en mi cuarto con balcón a la Boxhagenerplatz y mis compañeros los eternos estudiantes, dos largos jóvenes que pasados los treinta y cinco seguían con melenas lacias e insuficientes, vestidos con camisetas parlanchinas tipo pornstar y siempre las manos en los bolsillos del vaquero, yo aquel noviembre lo que estaba era viendo pisos vacíos sin más, ni muerto me perdía una Wohnungbesichtigung, iba, veía el espacio, preguntaba por la calefacción y volvía a mirar el piso vacío, prolongando la cuasicertidumbre de que Berlín, cuando yo quisiera, me daría otro espacio que llenar de páginas y cosas y con suerte de algún sillón que alguien hubiera dejado en la calle, pero la Zossener no me interesaba, Sandra, esa zona sólo me ofrecía un plus de variedad étnica y por eso no iba a dejar yo Boxhagener y a los eternos jóvenes que pululaban por Friedrichshain. Lo que no recuerdo ahora, Sandra, porque los recuerdos saltan de chistera en chistera, es si ya en el patio, haciendo tiempo yo, tú y los otros cinco candidatos dominicales al piso, había reparado en tus leotardos (palabra que odias) a rayas moradas, horizontales y negras, sí sé que cuando al fin llegó la dueña subí las escaleras detrás de ti agachando la cabeza no fueras a pensar que, y lo demás no sé si ya se puede llamar historia, me desarmaste a mí y a todos con tu pregunta de los cuartos de baño en Alemania (¿la habrías hecho si la dueña no hubiera traído aquellos zapatos tan spiessig?) y más tarde sólo a mí con una expresión de premura que llevaba la palabra Socken. Nunca habría imaginado que terminarías en Mitte, en una casa de la Münzstrasse de ventanas esbeltas o estiradas, de visillos blancos y quirúrgicos, la casa que hoy no soportas y que hoy te escupe a la mía, vuelta de tu viaje y renegada de Berlín, el sitio donde el tiempo y el espacio para una vida nueva, para un espíritu nuevo, están a mano y baratos, pero tú, más que en el tiempo o el espacio pareces incrustada en tu adicción a las cuasicertidumbres, tú no deberías interrumpirte de esta manera, tú no deberías parar de ser.

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