miércoles, 16 de marzo de 2005

Cinco Magos (I)

Uno de los grupos que llevo me ha pedido que les ponga un examen. Su nivel se corresponde con el b1, de acuerdo con la homologación europea. Algunos alumnos quieren medir su competencia en español; otros, trabajar con un objetivo más concreto; otros asienten. Concertamos la fecha del 11 de abril, programo la preparación y empiezo a redactar las pruebas.

Debo decir que el recuerdo de los exámenes es angustioso no sólo para mí sino para mi familia (las pesadillas más recurrentes de mi madre han sido siempre exámenes de Matemáticas), y que como maestro pretendo suavizar por todos los medios aquello que me oprimía como alumno. Por suerte, esta aspereza no alcanzó a mis exámenes de lengua extranjera, en los que uno se enfrentaba a un enemigo informe (la Universidad de Cambridge) y el maestro se convertía en un compañero de calvario, que acudía a la prueba para animarnos y no para fiscalizarnos (Howard Thomas el día del Proficiency en la Casa de Campo).

No es el caso, porque el examen lo voy a redactar yo hasta el último punto y coma, pero ahora intercede por mí el recuerdo de otro profesor, Terencio Simón, del Máster de la UB, la primera persona a quien oí (a quien quise oír) que los exámenes se ponen para que el alumno apruebe, no para que suspenda. Desde entonces voy por las aulas con una benevolencia desbordante, que supongo que a veces me hace pasar por persona justa y otras, por un coleguita que se enrolla.

He proporcionado a mis alumnos la dirección de mi bitácora. Mañana o pasado escribiré algunas de las preguntas que les pienso hacer en la prueba. No puedo ser su enemigo informe, pero sí un preparador abnegado.

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