viernes, 18 de marzo de 2005

Cinco Magos (II)

Junio, 2005. Una oficina de Madrid. Llega K. a las nueve y media. Su jefe, Braulio, le está esperando, visiblemente nervioso.

Braulio: 1. a) ¿Qué pasa? b) ¿Qué ha pasado? c) ¿Por qué eres tarde?
K: ¿Cómo?
Braulio: Son las diez.
K: 2. a) Yo sé. b) Yo veo. c) Ya lo sé.
Braulio: ¿Y?
K: Ahora empezamos a las diez, ¿no?
Braulio: 3. a) ¿Eres seguro? b) ¿Estás seguro? c) Eres falso.
K: Yo 4. a) pensaba b) supe c) había creído que 5. a) habíamos empezado b) empezamos c) éramos el horario de verano.
Braulio: 6. a) Entonces, no. b) Pues no. c) Que no.
K: Ah, ¿no?
Braulio: 7. ¿Quién a) ha dicho eso? b) lo decía? c) dijo?
K: 8. a) Desde hace una semana, b) Hace una semana, c) Una semana pasada, en una reunión.

Éstos son los ejercicios de rellenar huecos que me gustaría trabajar. Puedo pasar dos horas escribiendo y volviendo a escribir diálogos, hasta que me quedo con la sensación de que la gente habla así poco más o menos. Y al pasarlos a máquina, por supuesto, vuelven a sonarme anquilosados. Pero prefiero equivocarme solo.

La mayoría de ejercicios consistentes en incrustar palabras no me suenan orales; no me suenan. La mecánica del ejercicio radica en decidir si un hueco de la conversación debería rellenarse con imperfecto o indefinido, por ejemplo, pero en mi experiencia no es éste el tipo de decisiones que toma un hablante en su producción. Las dudas puntúan nuestro discurso en lengua extranjera, pero no de esta forma.

¿Es contradictorio sentir que se tiene razón? Este tipo de cosas voy rumiando en el metro hasta que salgo y me disipa el sol ventoso.

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