viernes, 1 de abril de 2005

El Pagode

Una de las calles inconfundibles de Berlín es la Bergmannstrasse. En verano se la reconoce por las cintas de luz que cuelgan de varios de sus árboles. No ocupa más de cinco manzanas, pero en ellas comprime casas centenarias, estancos, una lavandería, comercios de todo y restaurantes de cualquier etnia. El que más fuerte huele es Pagode.

Se trata de un tailandés ambientado en verde y amarillo y con música muy groovy (yo me entiendo). La carta presenta más de cien platos, algunos de los cuales están señalados como clásicos del sitio. Si uno, por ejemplo, quiere pato crujiente con salsa de coco y cacahuetes acompañado de un batido de lichis o agua de rosas, se acerca a la barra, pide un 88 y la bebida, paga menos de diez euritos y a los cinco minutos está comiendo.

La gente no para de afluir, y entonces piensa uno lo que cualquiera con treinta años cumplidos: que hacen caja, que igual no les costaría mucho a los dueños montar una cadena. Pero éste es el momento de la digresión en el que uno se pone izquierdoso y exalta el capital humano: el truco del Pagode son sus cocineras, a las que ya desde la calle se puede ver manejando los woks y moviendo rápidamente los labios.

Ahí sentado, entre la música y la fritanga lo que más oigo es su idioma, que me suena pícaro, conspiratorio y estridente cuando se ríen. Hablan y hacen y hablan y hacen. Me pregunto si son ajenas a lo extranjero.

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