miércoles, 30 de marzo de 2005

Mehringdamm, cuatro y pico de la tarde

El semáforo en rojo. La calle tiene cuatro carriles, dos en cada sentido. La calle presenta acusada pendiente: antes de calle, fue la ladera de un modesto monte. Pasa algún coche. Los veo venir desde arriba y desde abajo. Pasan muy rápido. A mi derecha, una señora. Yo estoy pensando en el Viktoriapark, al otro lado. Su umbría sinuosa. No pasan coches. Sólo se mueven las hojas. La gente espera.

En la acera de enfrente aguardan dos chicos. Miran a su izquierda. Piensan en cruzar hasta la mediana. No cruzan. El muñequito sigue en rojo y pienso en un país temeroso de las normas. Ahora tengo a la derecha a la señora y a otro chico. Apenas pasan coches; los que pasan, pasan rápido. Ha pasado un minuto. La generación de la posguerra reconstruyó meteóricamente el país, en lo que se ha dado en llamar milagro alemán.

El muñequito se pone verde. La señora y yo llegamos hasta la mediana; los chicos cruzan la calle entera. A la señora y a mí nos vuelve a detener el semáforo. Me oigo respirar. Noto mi ausencia total de angustia. Estoy entre alemanes acatando sus normas, pensando en su Historia. Pasa algún coche, y con ellos el tiempo.

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