jueves, 31 de marzo de 2005

Shaftesbury Avenue, Soho, una tarde de sábado

En Londres no. En Londres las calles no se cruzan sino que se asaltan. En Londres ha asomado el sol y las chicas pasean ya sin medias unas piernas muy blancas sobre la calzada de alquitrán. En el barrio de Chelsea hago reparar a mi hermano en la perfección facial de unas maniquíes que el tendero o tendera o escaparatista ha engalanado con abalorios alusivos a diversas de las últimas décadas.

Al fondo de la tienda los clientes y clientas luchan contra la década actual toqueteando accesorios, imaginándose los trapos, remedando maniquíes, pagando por ello. He pasado la Semana Santa visitando a Pablo y lo que más me ha chocado esta vez es que en Londres nadie para. Nunca me había chirriado tanto que en todos los ángulos siempre haya alguien que mastica, señala, introduce, se prueba, envuelve, compra.

En los teatros del Soho, todas las entradas y marquesinas están preñadas de comentarios ditirámbicos. “Gripping!” – Evening Standard. “Compelling” - Observer. El sábado, tirando la casa por la ventana, fuimos a ver Don Carlos en el Gielgud Theatre, con Derek Jacobi en el papel de Felipe II. El montaje, con su constante olor a incienso y su juego de grises y negro, me pareció brillante.

Su efecto lo pudimos medir en el entreacto. Sobre el fondo de un pasillo curvo y rojo, no menos de veinte personas se consagraban a chupar, tragar y apurar sus londinenses helados de miel y jengibre.

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