jueves, 14 de abril de 2005

Beber en Barcelona

El Dry lo descubrí un verano largo y cruel, a instancias del doctor Baillo. La primera vez que nos sentamos en la barra del Dry, me hizo fijarme en Paco, el Profesor, y me dijo: “Si Paco no lleva hechos diez mil dry martinis como el que está haciendo, no ha hecho ninguno. Por eso es el mejor”.

El doctor fue el amigo que en un momento muy concreto de la vida sabe estar con uno para saltar entre la melancolía y la euforia; y el Dry, la barra canónica, la madera noble, la antítesis del tugurio, donde nunca hay demasiada gente y los camareros siempre ejercen elegantes y verticales.

En la barra del Dry cobré conciencia de que algunos negocios nacen con la doble ambición de ser eternos e inmutables, y lógicamente se piensa para qué, para qué cambiar ese whisky sour o el sherry mary que prepara Ceferino o las castañuelas de Violeta la Burra, que entre tanta madera irrumpía y nunca se quedaba sin piropearme. Me fui de Barcelona sin comprarle ningún CD.

Quizá sólo soy un cateto mesetario y el Dry mi Tiffany’s particular. Ya he llevado a mucha gente ahí y a todos les repito lo que el doctor me dijo aquella noche, sobre Paco, sobre el cóctel perfecto y la barra quirúrgica e inmaculada. Porque de lo que se trata en Barcelona es de que las instituciones perbeban. Perdón. Pervivan.

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