martes, 12 de abril de 2005

Ubi sunt

Anoche me dirigía a casa de unos amigos, en Prenzlauer Berg, a darles la clase semanal. Necesitaba andar y me bajé en la parada anterior a la de su casa, lo que en Berlín puede traducirse en cuarto de hora de paseo. Me desvié. Fui por Pappelallee. Me detuve en un patio con columpios vacíos desde el que se contempla la parte de atrás de varios edificios, una visión a la que nunca me resisto.

Supongo que lo que va de texto ya preludia que pasó algo. Un hombre de manos hinchadas me agarró del brazo pidiéndome cigarrillos. Cuando comprobé que no había nadie cerca, todo me dio igual. Le enseñé el billetero vacío y saqué dos euros del monedero. Su acento me parecía del este, le pregunté si de Polonia. Por los ojos le brillaron una desesperación que me parecía infantil, y luego las lágrimas.

Volvió a depositar la moneda en la palma de mi mano. Cerró el puño derecho y, apuntándolo a mi cara, sólo me exigió que no llamara a la policía. Una fuerza o una temeridad ingobernable me obligó a tomar su puño derecho y dejar la moneda ahí. Podía tener mi edad. Cruzó la calle y entró en una tienda de licores en la acera de enfrente. Hacía tiempo que la moneda había dejado de ser mía.

1 Comments:

Blogger Elei said...

Como disfruto...
Lo mejor de la historia: los columpios, que el pibe este andara "por donde los columpios"

7:41 p. m.  

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