lunes, 11 de abril de 2005

La felicidad

Cuando Barcelona, vivía Alejandra Silva en un piso largo y alto del barrio del Born. Sola. No sé de sus peores ratoss; creo que oía tangos. En los mejores, me preguntaba: “¿No tienes, a veces, la intuición de estar viviendo la felicidad?”. No supe contestar hasta que una noche añil, paseando cerca de su casa, sentí por primera vez que pertenecía a un sitio que no era Madrid.

La felicidad propia del extranjero debe de tener alguna relación con expandirse materialmente. La felicidad a mí me empieza a ocurrir cuando constato que mi vista se ha adaptado. Todo empieza por la vista. Hoy me he cruzado por la Torstrasse con una chica que iba en bicicleta. No me acuerdo de su cara, pero sí de que llevaba un tutú rosa y unas medias a juego y con rayas negras.

Yo mismo me había colgado, más que puesto, una corbata con rayas y unos pantalones naranjas. Esperando después en el andén, a mi lado, un hombre con un pequeño tatuaje con forma de rombo en el pómulo leía el Wall Street Journal. En el vagón me puse a hojear la primera y voluminosa edición de Gente 1.

La mujer de enfrente me miraba con los ojos muy redondos. ¿Pensaría que yo era otro alemán que se mete a estudiar español? Con estas cábalas, yo, feliz.

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