El Lovelite
En mi vida he pisado muchas discotecas y me da que en ellas nunca he estado a lo que tenía que estar. A pesar de esto, el Lovelite lo he visitado ya cuatro veces. Se trata de una especie de garaje donde la gente, nunca más de cien, beben, se mueven y no se quieren lucir. Esto es para mí el barrio de Friedrichshain.
La discoteca tiene dos salas recogidas y siempre llenas en las que se pincha una música similar a la de la sala Sol de Madrid. Son espacios informes que me recuerdan por la oscuridad y las dimensiones al Maravillas en los noventa. La entrada y la barra de Lovelite presentan una iluminación más cruda que me lleva a La Vía Láctea o a Autores.
La sustancial diferencia es que Friedrichshain, siendo muy animado, se parece muy poco a aquel barrio de Malasaña. Para encontrar Lovelite o Rosi’s hay que caminar por el silencio y la noche, calles largas y oblicuas de casas apagadas. Es como si la marcha no se hubiera querido apoderar del urbanismo.
En el Lovelite se entra como en un reducto. En mi vida he pisado muchas discotecas. Nunca me imaginé que en una me atacaría la saudade.
La discoteca tiene dos salas recogidas y siempre llenas en las que se pincha una música similar a la de la sala Sol de Madrid. Son espacios informes que me recuerdan por la oscuridad y las dimensiones al Maravillas en los noventa. La entrada y la barra de Lovelite presentan una iluminación más cruda que me lleva a La Vía Láctea o a Autores.
La sustancial diferencia es que Friedrichshain, siendo muy animado, se parece muy poco a aquel barrio de Malasaña. Para encontrar Lovelite o Rosi’s hay que caminar por el silencio y la noche, calles largas y oblicuas de casas apagadas. Es como si la marcha no se hubiera querido apoderar del urbanismo.
En el Lovelite se entra como en un reducto. En mi vida he pisado muchas discotecas. Nunca me imaginé que en una me atacaría la saudade.
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