viernes, 15 de abril de 2005

Beber en Berlín

Somos, pero podríamos no ser. En Berlín la gente y los sitios parecen tener muy asumida esta condición de contingentes. No así el régimen de la antigua República Democrática, que en la Stalinallee erigió kilométricos edificios de piedra para el pueblo. Palacios para el pueblo, de estilo clásico, con puertas monumentales y cientos de pisos iguales en cada uno.

Aquí ya no hay ninguna calle que recuerde a Stalin. Siguen esos palacios, imponentes, habitadísimos, en la actual Karl-Marx-Allee. A pie de calle, en uno de los bloques, donde se encontraban las oficinas de ČSA, la compañía aérea de la antigua Checoslovaquia, se puede beber un whisky sour a la altura de aquéllos que ayer decía.

El sitio ha conservado el nombre, y dentro predominan el cuero y los tonos claros, del blanco al crudo al plateado, y por su larguísima cristalera veía nevar en invierno mientras apuraba una flamígera copa. No admiten tarjetas, por lo que a falta de efectivo tuve una noche que cruzar la nieve y el hielo hasta la Sparkasse de enfrente. Con uno de sus cócteles encima, se me hizo como triscar por el monte.

El negocio lo lleva a solas René: el ČSA es suyo. Lo abre, lo limpia, prepara esos cócteles y lo cierra. Ahora está triunfando. Es posible que algún día se canse, o se aburra, pero para entonces estará este texto más que caducado. En Berlín nada ni nadie pretende ya durar.

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