sábado, 30 de abril de 2005

El Tacheles

Se las ha arreglado el Tacheles para: a) figurar en todas las guías de viaje como uno de los garitos señeros de Berlín; b) no estar nunca lleno; ni c) oler demasiado a turista. A los residentes sin billete de vuelta que lo frecuentamos, el sitio nos da una sensación, quizá falsa, de reducto.

Se entra desde la Oranienburger Strasse por una escalera ascendente, grafiteada y muy poco suasoria; va contra el espíritu del lugar tener portero. El espíritu del lugar lo sintetizan las diez o doce mesas de metal mal fijadas donde se pone la gente entre una penumbra roja y negra. En cualquiera de las mesas me siento al fondo: “siento” de sentarse y de sentirse.

La vez que estuve con Frau Casa Seca, apenas hablamos. Desde el fondo, nos dedicamos a observar a un grupo de turcos que gesticulaban como raperos, acompañados por un europeo que les llevaba las copas, les hacía la pelota y acaso durmiera acurrucado; y por un par de chicas negras que se dejaban sobar y sacar fotos como si hubieran venido ex profeso.

La última vez, con Polly y el urbanista, éste, mirando por la cristalera al edificio de enfrente, quizá dijo que los grandes arquitectos son optimistas por esencia. O quizá dijo rompedores. El Tacheles es un gran escenario para inventar recuerdos.

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