miércoles, 27 de abril de 2005

Perderse a la española

La última vez que aterricé en Berlín lo hice en Schönefeld, un domingo por la noche. Por algún motivo preferí subirme a un autobús que daría vueltas y vueltas antes de acercarse remotamente a casa. Después de aquel fin de semana en Madrid no me apetecía esperar al cercanías, atontado de frío y exhalando nubes en un andén.

El autobús llevaba un rato parándose por lugares de Berlín donde quizá nunca me baje. Entonces, unos asientos más atrás, oí a alguien pidiendo indicaciones. Sin girarme, me acordé de los mochileros nórdicos, francos y sajones que he visto perdidos en trenes y autobuses de Europa. Suelen acercarse al nativo en voz baja y con un plano, para que sobre éste les señalen la posición. El nativo indica y se cumple civilizadamente la tarea.

Yo nunca hago esto, y creo que muchos españoles tampoco. Nosotros nos volcamos en la comunicación, hablamos alto en un inglés de Cuenca y, si no nos entienden, repetimos nuestra duda más alto y más despacio. Al pensar esto quizá me reí solo. Me giré y ofrecí ayuda al paisano de atrás.

No sólo le conté cómo llegar a donde quería, sino por qué me había mudado a Berlín y dónde le darían un buen gimlet. Él me miraba cómo si los españoles no hubiéramos cambiado.

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