martes, 26 de abril de 2005

La patria persigue

El primer día la llevé a comer a Monsieur Vuong. Por el camino había pisado una mierda (yo), pero no me descompuse. Me sentía despreocupado como un perro salchicha. Durante la comida hablamos de años y países. Se nos sentaron a la misma mesa unos italianos muy elegantes. Bajé la voz.

En Berlín había empezado a hacer sol pero lo único que parecía oírse por aquel barrio era castellano. Le expliqué a ella, que nunca parecerá ibérica, cómo eludo a los compatriotas. Me llovió español todo aquel día.

Dos después, fuimos a la Deutsche Oper a ver una puesta en escena de la Matthäus Passion de Bach. Nuestro asientos, en el quinto pino, parecían garantizarnos cierto apartamiento. Al poco de pensar esto, entró un grupo de unos veinte españoles de la tercera edad que se sentaron en torno a nosotros. Bajé la voz.

A ella, a pesar de su perfecto castellano, le pedí que me hablara en sueco; yo aparentaría ser alemán. En el intermedio quisieron salir casi todos mis paisanos y tuvimos que ponernos de pie para que pasaran. Afecté como nunca mi condición de extranjero. Sin excepción, nos lo fueron agradeciendo en castizo. Qué idiota soy, pero cómo me lo paso.

1 Comments:

Blogger Elei said...

Acentuacion por omision:
"la lleve",
"Dos despues"

Me ha encantado lo del perro salchicha. Ha sido un simil de lleno.

9:33 p. m.  

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