martes, 19 de abril de 2005

Morderse la lengua

Hay gente que no sabemos recibir: nos hacen un obsequio y correspondemos triplicándolo. En una conversación, por ejemplo, si alguien me participa un detalle que suena privado, tengo la tentación de contestar con uno mío más largo y espinoso. A mí me divierte estudiar esta costumbre en términos de género.

Los hombres tendemos a monopolizar las conversaciones cuando participa en ellas una mujer: la proporción entre intervenciones suele alcanzar el 80-20. ¿De qué se trata, pues?, ¿de alcanzar una proporción del 50-50? Quizá no; quizá exista un uso femenino de conversación, consistente más en escuchar y recibir que en aportar y aportar, por lo que 70-30 podría ser una distribución igualitaria del discurso.

En todo caso, mi manera de hablar tendría que inscribirse en el trabajoso proceso de decadencia de la hombría tradicional. En las conversaciones sigo siendo masculinamente abundante, excesivo, pero las lleno de charcutería sentimental, de nombres y caras que recuerdo, de gamas de colores y gamas del ánimo, aquello que no decíamos.

A una feminización más acusada me obliga la labor de monitor de lengua extranjera. En clase, mis intervenciones tienen que reducirse al mínimo para que puedan hablar ellos. A esto se une la inconveniencia de presentar explícitamente las reglas. Para mí, trabajar equivale a desaparecer. O, más bien, desaparentar.

0 Comments:

Publicar un comentario

<< Home