sábado, 23 de abril de 2005

Opositando al White Trash

­­­­­Me advierten de que no todo el que quiere entra en el White Trash, de que, al igual que en aquel mítico Studio 54 de principios de los 80 en Nueva York, hay gente que se queda fuera todas las noches y sólo logra pasar quien denota una terca o fiera individualidad. Entre semana libro un día, por lo que, entre clase y clase, dedico la víspera a imaginarme un atuendo conforme a la etiqueta White Trash.
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­­­­­Áspera labor la de conformarse un estilo aparente y propio en una ciudad donde la mayoría reniega del concepto de vestirse bien. Si hay una zona de Berlín donde la gente se atiene a una noción de disseny, ésa es Hackescher Markt, en el barrio de Mitte; que, dicho sea de paso, es el barrio del White Trash; donde, dicho sea de paso, nadie con estilo Mitte entra. ­­El garito se erige así en la mano izquierda de la moda.­
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­­­¿Cómo lucir, pues, sin lucir? A primera hora del día me noto envalentonado y capaz de plantarme en la puerta con botas, bombín y maquillaje en un solo ojo. Luego doy una clase y lo descarto. Busco inspiración en el metro. Llego a casa decidido a vestirme como un pasajero que se ha bajado en Friedrichstrasse, con un impecable traje ojo de perdiz y camiseta de tirantes.
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­­­Sentado a los pies de la cama, recuerdo caras y ropas de esa tarde en Berlín. Me veo en una cola de gente ansiosa por entrar en el bar. Veo mi cara mirando y la veo siendo mirada. Y cuanto más veo, más me canso.
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