martes, 10 de mayo de 2005

­­­­­­­­Lost in translation

­­­­­­­­Yo quería aquella noche recalar en el Tacheles para sentarme cerca del fondo, en un momento de mi vida, qué momento, en el que no bebía nada más allá de Africolas, y con este espíritu próximo a la contrición iba yo a entrar en el Tacheles cuando un chico alto y rubio y con el pelo corto menos en el cogote, donde le nacía una caprichosa coleta, me inquirió en un inglés extranjero dónde encontraría un sitio cool de marcha que no fuera tan loud como el Viva Zapata, el antro contiguo al Tacheles del que acababan él y sus compinches de salir.
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­­­­­­­­­Le expliqué que yo didn’t know very many discos in Berlin and least of all (recuerdo haber usado la expresión least of all) en Mitte, que yo venía de tomarme en el Reingold un par de cócteles sin alcohol, a base de granadina y otras puñetas para gente que madruga y que maybe, if you like cocktails, Reingold’s not too bad a spot (me había dado por el enrevesamiento aquella noche, como todas las noches).
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­­­­­­­­Él señoreaba a su tropa y me pareció eslavo por lo chulo de su inglés y lo directo de su actitud. Sus colegas me miraban con cara de haber aterrizado esa misma tarde en Berlín, caras por momentos ansiosas y por momentos idas o perdidas, y yo entendí que mis indicaciones de nada les estaban sirviendo, pero el rubio, como por deferencia, o por hastío, o claudicando, propuso al grupo ir a tomar un cóctel al sitio del que yo venía.­
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­­­­Fue en su tono de renuncia donde reconocí una familiaridad patria; donde me reconocí. Su gente pedía baile y él aceptaba sentarse. Pensé que aquel acento decidido y trágico que me había sonado del este era gallego. Le pregunté. Lo era.

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