jueves, 5 de mayo de 2005

Schaffen wir. Locker.

Llegábamos tarde al cuco aeropuerto de Tegel, decidimos coger un taxi, y como a veces la vida puede parecerse a una película de Almodóvar, en el primero de la parada estaba esperando Andreas, un alumno mío. “Hola, profesor. ¿Quieres un taxi?”. “Sí”. “Yo tengo uno”.

Alumnos me encuentro a menudo por la ciudad y por alguna razón que no hace al caso, prefiero hablar en alemán con ellos. Con el propio Andreas había topado antes en la exposición de Kubrick en Martin-Gropius-Bau, en la sala dedicada a Atraco perfecto, y me costó entenderle. Ahí me explicó que le divierte la jerga e intercalar en el discurso algún término de Zille, antiguo escritor canalla.

Esta vez, después de celebrar que las películas de Almodóvar se pueden parecer a la vida, le pregunté si cogeríamos el vuelo. Él me contestó, con su verbo de machete, la frase con la que he titulado. Una hora después, con mi amigo ido ya a Madrid, me di cuenta de que por primera vez había logrado captar cada palabra de Andreas.

Como para fregar la nostalgia de las partidas, quise concienciarme de que mi alemán estaba creciendo. Después de cada clase, nunca sé si los alumnos han aprendido, pero me desvivo para que salgan con esa sugestión de avance.

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