jueves, 27 de octubre de 2005

­­­Las distancias (I)

­­­­Morini, Espinoza, Pelletier y Norton son profesores universitarios de literatura germánica, fascinados por la obra del escritor Archimboldi, al que nadie o casi nadie conoce. Las pistas les llevan hasta México, donde un tipo al que dicen El Cerdo afirma haberlo visto. Norton se pone en contacto con El Cerdo.

­­“-¿Cómo son sus ojos? -preguntó Norton.
­- Azules -dijo El Cerdo.
­­­- No, yo ya sé que son azules, he leído todos sus libros más de una vez, es imposible que no sean azules, quiero decir cómo eran, qué impresión le causaron a usted sus ojos.”

­­Tardé un mes o más en leer la novela de la que procede este extracto, 2666, de Roberto Bolaño. La llevaba en el bolso a todas partes: ha sido de esos libros que introducen el infinito en la rutina, que por entonces consistía en ver a mi gente de Madrid. A Antonia le leí este pasaje en un bar de Chamberí, su barrio, imprimiendo un tono de pasión o quizá demencia en las frases que arriba he reproducido con cursiva. Era invierno.

­­­Antonia corroboró que en literatura me siguen gustando estas cosas, y así me lo hizo saber: frases que pegan un salto y como por ensalmo desnudan. La adivinación. Luego me habló entusiasmada de The Plot Against America, de Philip Roth, y mientras discutíamos el mérito de incluir hechos históricos en las novelas pensé que volver a Madrid y comer algo como un zarajo vale la pena por estas charlas en las que alguien recoge las veleidades de uno y las sabe convertir a base de cultura e inteligencia en un tema de interés universal.

viernes, 21 de octubre de 2005

El Estatut a lo­ lejos

­­Una mañana de verano abrí la puerta de mi cuarto de baño y vi los escombros blancos. Algunos eran más largos o afilados pero ninguno superaba en grosor a las obleas eucarísticas: procedían del techo, del que se había desprendido la última capa de pintura. Sin ésta, arriba quedaba al descubierto un área azul pálido desfalleciente como los párpados de las viejas actrices.

­­Así pasó un tiempo en el que no importaban ni los escombros ni ese azul incierto; sobre el caucho negro del suelo, incluso me parecía que los escombros conformaban figuras entretenidas. Debí de convivir con este fraccionamiento o desmembramiento de la realidad cotidiana (si se admite la espantosa expresión) cerca de un mes. Hasta que un día cualquiera y sin motivo muy aparente, me harté y barrí.

­­Esta mañana he podido ver el recinto vacío, sin costra ninguna de pintura caída, ni libros, postales, objetos míos; tenía que dejárselo así al pintor que me han mandado los dueños. El espacio me ha parecido por un momento la nada, una nada a punto de hacer crac.

­­­­Paso por todas las sensaciones recién referidas al leer las entradas del blog de Arcadi Espada (www.arcadi.espasa.com) referentes al texto del actual proyecto de Estatuto para Cataluña.

lunes, 17 de octubre de 2005

En algunas cosas sí y en otras no

Voy al Oliva, en la Oranienburger, a comer tiramisú cuando me quiero regalar algo, o sólo a solucionar el trámite de la comida; ayer, ni por lo uno ni por lo otro. Ha venido la Bueno a quedarse en Berlín y ahí es donde la llevo, un sitio donde uno paga primero, se le dan las bebidas y un número y al rato se ve por el comedor (y en verano, en la terraza junto a la calle) a camareras desorientadas gritando cifras en alemán con acento italiano.

El camarero que nos cobró era hispanoamericano (su acento no lo supe ubicar y se me olvidó preguntarle) y nos había oído hablar en español. No recuerdo si le dije estar cansado, pero me preguntó si había dormido poco por las celebraciones. Qué celebraciones. Las del mundial de constructores. ¿Constructores?, pensé que de chalés adosados. Esta noche también ha ganado el mundial de constructores. ¿Quién?, y en esto tuvo que terciar la Bueno para aclararme que un español, la fórmula uno, los constructores.

Yo claro que lo sabía. Lo que no he adquirido ha sido la asociación inmediata entre constructores y bólidos, que medio país hace ya. Hace quince años, la imagen de millones de españoles delante de la televisión para tragarse la fórmula uno habría pegado con el humor de la película Amanece, que no es poco. Ni aún cuando contábamos con motociclistas mundiales (Carlos Cardús, el Crivillé, don Sito Pons, ooooh el grandísimo Nieto de las doce más una, ése sí que era un MOTOCICLISTA de órdago), ni aún con estas glorias nacionales estaba el patio así.

Como media hora más tarde, la recién llegada Bueno me insta a pedir disculpas a los colegas de Barcelona por mis desatenciones y me cuenta que el Valle o Nación de Arán pretende desvincularse de Cataluña. Aún no he intentado buscar en google la noticia porque así constato que esto es lo que llega de España. ¿Hemos cambiado tanto?

martes, 11 de octubre de 2005

Volver (II)

En la actualidad, el problema no es de inflación, sino de paro y crecimiento.
- Robert Stiglitz, en entrevista a El País (2 de octubre de 2005)
¿Y qué hacía yo un domingo del pasado noviembre en aquel piso vacío de la Zossener Strasse, contigo y cinco más, Sandrucha?, supongo que prolongar y extremar la superstición espaciotemporal que trajo a tantos españoles con sus maletas hasta Berlín, la cuasicertidumbre de que aquí se encontraba espacio con suelo de madera y luz rebosante por menos de dos cincuenta al mes y la otra cuasicertidumbre de que aquí no costaba pararse y encontrar tiempo tanto como en España y en todos los sitios que ya conocías, ciudades jadeantes y como cojas de correr y crecer. Yo no es que necesitara un piso, Sandrucha, yo ya estaba aposentadísimo en mi cuarto con balcón a la Boxhagenerplatz y mis compañeros los eternos estudiantes, dos largos jóvenes que pasados los treinta y cinco seguían con melenas lacias e insuficientes, vestidos con camisetas parlanchinas tipo pornstar y siempre las manos en los bolsillos del vaquero, yo aquel noviembre lo que estaba era viendo pisos vacíos sin más, ni muerto me perdía una Wohnungbesichtigung, iba, veía el espacio, preguntaba por la calefacción y volvía a mirar el piso vacío, prolongando la cuasicertidumbre de que Berlín, cuando yo quisiera, me daría otro espacio que llenar de páginas y cosas y con suerte de algún sillón que alguien hubiera dejado en la calle, pero la Zossener no me interesaba, Sandra, esa zona sólo me ofrecía un plus de variedad étnica y por eso no iba a dejar yo Boxhagener y a los eternos jóvenes que pululaban por Friedrichshain. Lo que no recuerdo ahora, Sandra, porque los recuerdos saltan de chistera en chistera, es si ya en el patio, haciendo tiempo yo, tú y los otros cinco candidatos dominicales al piso, había reparado en tus leotardos (palabra que odias) a rayas moradas, horizontales y negras, sí sé que cuando al fin llegó la dueña subí las escaleras detrás de ti agachando la cabeza no fueras a pensar que, y lo demás no sé si ya se puede llamar historia, me desarmaste a mí y a todos con tu pregunta de los cuartos de baño en Alemania (¿la habrías hecho si la dueña no hubiera traído aquellos zapatos tan spiessig?) y más tarde sólo a mí con una expresión de premura que llevaba la palabra Socken. Nunca habría imaginado que terminarías en Mitte, en una casa de la Münzstrasse de ventanas esbeltas o estiradas, de visillos blancos y quirúrgicos, la casa que hoy no soportas y que hoy te escupe a la mía, vuelta de tu viaje y renegada de Berlín, el sitio donde el tiempo y el espacio para una vida nueva, para un espíritu nuevo, están a mano y baratos, pero tú, más que en el tiempo o el espacio pareces incrustada en tu adicción a las cuasicertidumbres, tú no deberías interrumpirte de esta manera, tú no deberías parar de ser.

­Volver (I)

No debería nadie parar de ser ni dar a la idea una moderada consideración ni aun entretenerse un minuto con ella, por mucho alivio y paz que prometa. Cuánta gente habrá que emprenda un viaje con esta secreta esperanza, la de suspender o aplazar su identidad o tal vez renunciar a ella, fiados a una gama de posibilidades que comprende las sombrías (el secuestro sufrido o fingido) y las más sonrosadas de enamorarse de un nativo y con él establecerse (recurrente fantasía de inglesas y de españolas) o por descuido apropiarse de las llaves y el equipaje y la vida del vecino de vuelo. No debería nadie ceder y quedarse en el viaje, porque incluso si uno recapacita y regresa estará condenado a una vida de fantasma en la que nunca le alcanzará el tiempo para dar razón de sus pasos, no ya a quien lo quiso en el origen y recordó en su ausencia y a la vuelta intenta recuperarlo, sino a sí mismo, porque es demasiado el desaforamiento de su fuero interno y son muy pocas las oportunidades de respirar y pensarse. Ella acababa de volver a Berlín y cuando entró en el piso de la Münzstrasse no se apresuró, contra su costumbre, a colocar la ropa limpia de la maleta entre la ropa limpia del armario, sino que se acercó a la mesa y pasó las páginas de su diario, maravillándose de no haber escrito nada en los últimos dos meses y decidiendo que durante este periodo había sido otra y feliz.

Esto hizo y esto pensó Sandra Jensen al volver ayer de París. Todo me lo dijo aquí, en casa, con la maleta recién abierta, entre un pantalón desdoblado y la falda negra de volantes.