martes, 31 de mayo de 2005

­­­­­­­­­­­­Fascinación (I)

­­­La vez del Erudito, habíamos acudido al Tacheles como dos turistas, con esa misma despreocupación absorta de los turistas. Yo llevaba más de un año en la ciudad y ella se acababa de mudar desde un sitio cuyo nombre me hacía evocar chimeneas industriales que ella, Edna, se habría imaginado pintadas al pasar. Edna y yo nos queríamos mucho, o estábamos a punto.
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­­­­­­­Yo y Edna, en cuanto a caras de hombre, pensamos distinto. Las que a mí me parecen distinguidas o elegantes, a ella muy huesudas o muy chupadas; las que yo encuentro rateras, como la del Erudito, son sus predilectas. A esto unía el tipo una presencia desgreñada y generosa con los datos y las historias, como la propia ciudad, pero el significado de Berlín, lo que yo entonces estaba notando cada vez que pisaba la calle –había empezado a temblar. Creo que dejé de mirar sus ventanas con el detenimiento original, o que dejé de pasear.
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­­­­­­­El Erudito habló esa noche, la única que lo vi, con una voz metálica. Habló de Giordano Bruno y de Paolo Ucello, de cómo el giro copernicano tuvo que combar de alguna forma el cerebro de la especie, de cómo las grandes mutaciones empezaban necesariamente por la mirada, y glosó aquel momento en que algún navegante se dio cuenta de que el planeta tenía que ser redondo y entre la población comenzó a cundir esta idea. Los sillones del Tacheles echaban humo y Edna, quizá por deferencia hacia mí, no se fue esa noche con él.­­
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­­­El otro día me hizo un resumen de lo que le han llegado a decir los hombres cuando yo me voy a hacer pis: el Erudito, el Heladero, el Pirata. Todos me conocen y yo a ellos. Las historias estas han empezado a no joderme, lo que me despierta hacia Edna una extraña gratitud. Aún no sé si inquietarme. Ella y yo vivimos con la misma pretensión de no deberle nada a nadie.

martes, 24 de mayo de 2005

Dolor del mundo

Me han hablado hace poco de la palabra Weltschmerz. Magnífica. Se traduciría literalmente como “dolor del mundo” y enseguida dispara mi imaginación, como haría con la de cualquiera. Se da la circunstancia de que la palabra surgió el otro día entre un grupo de gente mayoritariamente portuguesa.

Me admira un pueblo (perdón: una nación) que siente tan suyos la palabra saudade y el indefinible mar de pérdidas que lleva aparejado. No es casualidad que en la misma conversación alguien mencionara una historia de los portugueses recientemente aparecida con el título Miedo a existir.

Así que acudo a mi querido diccionario Wahrig, donde la voz Weltschmerz se define de la siguiente forma: “dolor o duelo por la insuficiencia del mundo para colmar la voluntad o las pretensiones del sujeto”. Insuficiencia. El mundo se puede presentar insuficiente de un millón de maneras, macroscópicas y microscópicas.

Cuando en clase me vi incapaz de dar con una palabra que trasladara el concepto al castellano, me dijeron los alumnos lo típico: “Claro, en España no tenéis Weltschmerz”. Y una mierda, pensé.

Todo está lleno de esperanza

­­1a) un perro en el atardecer de Viktoriapark ­persiguiendo un globo rosa que va cayendo con parsimonia, pero antes de que llegue al suelo el perro lo alcanza y lo dispara con el hocico hacia arriba­ ­­­b) me fijo en ­un papel con el anuncio de un concierto, caído en las vías del metro de Rosenthaler Strasse dirección Hermannplatz ­­­c) en la primavera de 2004 me llama Pablo al móvil anunciando que nuestra abuela ha sufrido un infarto pero está fuera de peligro
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­­­­­2a) el perro se ve separado por una bicicleta del vuelo del globo, a punto éste de posarse en la hierba b) está entrando el tren en la estación, a punto de arrasar el papel y quitar para siempre este objeto de mi memoria ­­c) ante la posibilidad de que mi abuela acceda al estatus de pintora muerta en el necrófilo mercado del arte, se multiplican los compradores de su obra
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­­3a) el perro salta sobre la bicicleta y consigue impeler de nuevo el globo, que continuará en el aire b) con el ímpetu del tren, el papelito vuela y, describiendo un dibujo en su trayectoria, cae en el andén a mis pies ­c) con el motivo del Quijote acaba de componer mi abuela un cuadro rompedor y distinto de todos los que ha pintado
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­­­4a) todo está lleno de esperanza b) todo está lleno de esperanza ­c) todo está lleno de Esperanza

sábado, 21 de mayo de 2005

Berlin-Babylon

­es el título de un documental sobre la reconstrucción de la ciudad después de caer el Muro. Está muy bien. Salen los arquitectos del edificio Chrysler, del edificio Sony, de muchos edificios; salen promotores inmobiliarios buenos y promotores inmobiliarios malos, a veces en pleno desencuentro con el arquitecto; salen obreros subacuáticos y representantes de la Administración; y, sobre todo, sale Berlín.
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­­Está el discurso de Norman Foster al inaugurar la cúpula del Reichstag. Rodado en blanco y negro, pretendidamente emotivo, logradamente emotivo. Algunas imágenes de voladuras de edificios también en blanco y negro, pero un blanco y negro menos elegante, el blanco y negro de la posguerra. La textura de la película (como el grano de una foto antigua) parece abrirse. Junto al contenido de la imagen, la misma calidad del celuloide sugiere descomposición.
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­­Lloré al verlo la primera vez, pero no por tristeza. Aquel edificio siendo demolido me remitía a la plétora de demoliciones íntimas que uno atraviesa. Las cicatrices de una ciudad tienden a recordarme las propias; no es nada original. En Berlín abundan las heridas urbanas y la voluntad de superarlas.
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­­­­Un día estoy saliendo de casa y me encuentro la puerta del vecino abierta y el piso vacío. Hay un obrero dentro, afanado en destruir el horno de carbón. Sin que lo notara, presencié la caída de la última losa.

viernes, 20 de mayo de 2005

Penner

En algún sitio he leído que Berlín es la ciudad con más psicopatologías de Alemania, dato que suele ir asociado a la proliferación de Penner en el metro y la S-Bahn. La palabra Penner es difícil de traducir. A las figuras marginales urbanas se las designa en español por su actividad (mendigo, vagabundo) o directamente como pobres. Penner es un término término más epidérmico y menos compasivo, ya que alude a la mala pinta. El mal rollo.

Y una de las cosas que más debería chocar a un español que visite Berlín es la abundancia de Penner jóvenes: dan la edad para trabajar y enfermos o incapaces no parecen. Suelen apostarse a la entrada de la estación y, con una salmodia en voz generalmente aguda, piden limosna o el billete de los viajeros que salen, a ver si lo revenden.

¿Qué tendría yo que pensar? Inevitablemente, que en España no se ve tanto mendigo en edad de empezar a trabajar porque en España lo normal es que cualquiera, trabaje o no, se quede con los padres hasta pasados los treinta. Mejor Seguridad Social que la familia, ¡no hay!­

Varios de los Penner jóvenes de aquí tienen en común que, el discurso que repiten, lo repiten siempre hasta el final, preocupados tal vez por mantener alguna mínima rutina que los separe de la demencia. Una vez se me ocurrió interrumpir a uno.

jueves, 19 de mayo de 2005

Ese desgarro tan graso y tan nuestro

Un mes o más llevo con el queso que me trajo Urbano en la nevera. Comiéndolo, claro. Era un señor queso manchego, simple y rotundo como una rueda de los celtas. Curadito. Sudoroso. Lo corté en cuatro cuartos, y uno de los cuartos, en largos trozos con vetas. Cuando me termino un cuarto, empiezo a cortar el siguiente, y así llevo un mes o más, acompañando las comidas de buena materia de mi tierra.

Qué conciencia más peculiar tenemos los españoles de nuestros productos. Cuando Dado vivía en Bruselas, en los días de la rue de la Jonchaie, era casi una cuestión de protocolo presentarse ahí con una rueda manchega, varios riojas y algún kilo de ibérico envasado al vacío. El otro día me cuenta Edna -gran petarda de aquí- que sus amigos de Sevilla volaron a Edimburgo con una pata de jamón de equipaje de mano.

Luego en Escocia oficiaron una comida, cuya liturgia tenía por texto mmmm qué bueno este ibérico mm ¿verdad que es bueno, este ibérico? mmm sí [con acento y compostura andaluces]. Sí, sí, qué tema más peculiarito el de los españoles con sus alimentos. Llamar a una cadena de restaurantes Museo del Jamón. U Oro graso. Y, cómo no, que casi en cualquier bar te sepan freír un bienmesabe de putísima madre.

Dentro de dos semanas voy a tener aquí a Dado y Percha. Mientras comamos una tortilla de obsceno grosor en mi azotea, hablaremos de entrañas, de sangre, de la vida más básica, que es la vida que mancha, el origen. Pero yo lo que quiero es llevarles a restaurantes indios, nepalíes, turcos, tailandeses, a terrazas. En Berlín, esto es lo considero comer bien. Una cosa mucho más de ambiente, más leve, que la gravedad de la vianda española.

miércoles, 18 de mayo de 2005

Carnivale

He esperado casi un mes para comprobar si la magnífica impresión que me dejó esta serie estadounidense, producida por la infalible HBO, aún perduraba, y sí. En la apertura a cada episodio (los llamados créditos), la cámara muestra unas cartas esotéricas sobre una mesa. Al adentrarse la cámara en cada carta, los dibujos de ésta cobran vida y pasan de dibujos a imágenes reales, sacadas de documentales de la época en que transcurre la serie, los años de la Depresión.

En cada episodio se transita de lo mistérico a lo histórico, con un ojo para el detalle digno de García Márquez (su hijo, Rodrigo García, ha dirigido la mayoría de entregas de la primera temporada). La trama, las tramas, son aquí lo de menos, porque no pretendo vender a nadie el producto, sino preguntarme por qué la mayoría de series de televisión continentales que recuerdo ambientadas en una etapa histórica me parecen tan acartonadas en comparación con ésta.

¿Es solo por la falta de dinero? ¿Esa sempiterna falta de industria que tantas veces ha obligado a coproducir? Ese temor a las mayorías absolutas. Esa tradición continental del consenso. No. Me estoy moviendo en la oscuridad y así voy a seguir, por lo que dedicaré el párrafo siguiente y último a lanzar preguntas como una manguera desbocada. Y sobre España.

¿Por qué las series cómicas españolas se ríen de cosas tan primarias? ¿Por qué las dramáticas se toman tan en serio? ¿Por qué esa tendencia a culminar escenas con grandes declaraciones y esa renuencia a resolverlas de un modo poético? ¿Por qué lo histórico parece reñido con lo cómico?, ¿es una cuestión de tiempo, de que no ha pasado el suficiente? ¿A qué estamos esperando?

martes, 17 de mayo de 2005

Filosofía del tocador

He pasado el fin de semana en Madrid para una boda. Poco antes de la ceremonia aproveché para hacer pis en el bar donde tomábamos el refrigerio prenupcial, no fuera a ser que. La primera vez que me fijé en una micción fue en la película Easy Rider, cuando los moteros se paraban a echar una meada de carretera y Peter Fonda lo hacía con las piernas juntas.

Me pareció femenino pero no afeminado; quizá nunca había reparado en esta diferencia. En varios sitios del norte, Berlín ciertamente entre ellos, a los hombres se les enseña a mear sentados. En algunas tiendas se comercializan cartelitos con el cartel de prohibido tachando la figura de un varón que orina de pie.

Se trata de no tener que habérselas con las salpicaduras, que, según se acerca uno al sur, abundan en los retretes e incluso los festonean. El fin último de esta conducta es la higiene, pero trae consigo una estilización de las toscas maneras masculinas; en Madrid recobradas.

¿Estoy quizá insinuando que pasar por Madrid espatarra, embrutece, me enfrenta con lo crudo? Pues sí, eso es.

viernes, 13 de mayo de 2005

Declaración de amor

Entrar en clase y seguir escrupulosamente el libro. O dar la clase a partir de una actividad que yo he diseñado. Que esta actividad funcione. O que no funcione. Hacer una clase medida al minuto. O desviarme de lo que he programado. Explicarles la historia y el uso de una expresión y que a la semana siguiente me la repitan (como me sucedió con “estar católico”). O que mi explicación no supere lo anecdótico.

Que se rían de mis chistes. Que mis chistes fracasen. Que les pida sus fotos para diseñar una actividad y me las traigan. Que les pida fotos y pasen de mí. Que aprendan. Que no aprendan. Contar mi vida. Inventar mi vida. Que digan su vida. Que se la puedan estar inventando. Verles entender con la mirada. Verles no entender (esos tímidos asentimientos). Tratar con gente, tratar con extranjeros, tratar.

Ayer di once clases, de diez de la mañana a ocho de la tarde, con dos recesos de media hora y una tercera pausa para viajar de un centro académico a la casa de un particular. Al terminar la última clase y encaminarme a casa, tenía la sensación de estar durmiéndome mientras andaba.

Esta barbaridad la cometí porque quise. Mi trabajo me ha enseñado y no deja de enseñarme a ser optimista; a escuchar demandas; a transigir con el error ajeno; y, sobre todo, a transigir con el propio.

jueves, 12 de mayo de 2005

Sentido lúdico

Al poco de escribir las notas para el artículo de ayer, me tropiezo con la portada de la revista Time. Muestra la imagen de los alcaldes de cinco ciudades europeas: Roma, Londres, Estocolmo, París y en el centro, Klaus Wowereit, o Wowi, como en Berlín llaman al altísimo munícipe quienes lo aprecian: la mayoría. Los artículos referentes a él y a Delanoë, alcalde de París, especifican que los dos son gays declarados. Como logro paradigmático de Delanoë se termina citando la Paris-Plage.

El artículo sobre Wowereit y Berlín tiene un tono distinto, porque apunta al patetismo, lo sugiere, pero no cae. Hoy, la ciudad se enfrenta a una deuda que el propio alcalde da por insalvable, el paro galopa y no nacen suficientes niños. Ante esta situación, y siempre según el artículo, el alcalde ha querido que Berlín mantenga un sense of enjoyment, tomando como modelo el Londres de los sesenta.

¿Cómo traducir esta expresión que a su vez constituye una traducción de las palabras del alcalde? Y, ¿qué diría Wowereit? ¿Lebensfreude? No he conocido gente más consciente de las ruinas y las deudas que los berlineses. Más que una diversión, su sentido del humor viene a ser un juego de ida y vuelta con las miserias pasadas y presentes. Por eso prefiero forzar el término y traducir la expresión de la revista, ésa que designa el espíritu en el que se conserva la ciudad, como sentido lúdico.

­­­­­Sentido del humor

­­­­­­Estamos casi a mediados de mayo y alguna noche hay que hiela. No obstante la adversidad, en Berlín llevan las terrazas más de un mes instaladas, y desde hace pocas semanas, los Strandbars. Éstos son un par de chiringuitos que se montan a la orilla del Spree cuando el cielo nos propone olvidar el carbón.
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­­­­­­Tenemos el Strandbar del Senado, que con ­bizarría acaso impropia de la clase política, además de arena artificial, barra de bambú y tumbonas ha dispuesto dos piscinas, dos. Prefiero el más modesto que hay junto al parque Monbijou. Aquí se puede beber y alternar en una playa igualmente falsa pero más pegada al río, admirando con chanclas y anorak los museos de la otra orilla.­
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­­­­­­­­La playa del Sena, la celebradísima Paris-Plage, la he visto también, pero su carácter es otro: la gente, en París, más que tumbarse se reclina. Se luce. ­El trecho de playa es largo (tres kilómetros) pero estrecho, y uno se ve obligado a meter la barriga para no rozar demasiado a la banda ni caerse al río.
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­­­En Berlín, pelándome del frío, no puedo evitar reírme. Sé que no soy objetivo. Pero en Berlín me río con estos prusianos tan aficionados a lo postizo, que se inventan playas a la japonesa, de juguete, entre neoclásicos bloques rancios y nobles .
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martes, 10 de mayo de 2005

Formas de expresar acabamiento

Ella tomó el tarro de mermelada, dijo Ich mach’s alle y yo entendí que se lo quería terminar. Yo, que en alemán no me había visto en idéntica situación, habría usado el verbo beenden y se lo hice saber. Me explicó que alle se podía aplicar a otras situaciones, como cuando en una panadería se han terminado los Brezel: Alle sind schon alle.

Lo apuntaló enseñándome la forma en el antonomásico Duden. La expresión no dejó de sonarme rara, pero quizá por eso la adopté con más ilusión (recordé lo ajenas que les suenan a mis alumnos las estructuras llevo estudiando o llevo sin hablar, y lo útiles que las considero). Sólo objeté que, cuando había estado buscando habitación y por teléfono me comunicaban la indisponibilidad, era con la fórmula schon weg.

Después de aquella mañana, usé la expresión cuantas veces pude, con otros alemanes. Ninguno la conocía. Les quedaba más a mano, cuando un objeto se acaba, decir Es ist aus. Empecé a sospechar que la manera en la que ella expresa terminación no es la más común entre berlineses de mi edad, por lo que en futuras situaciones semejantes me vería en la disyuntiva entre la forma más extendida y el recuerdo de aquel tarro vaciado. Y decidí que el uso minoritario se me encallezca.

­­­­­­­­Lost in translation

­­­­­­­­Yo quería aquella noche recalar en el Tacheles para sentarme cerca del fondo, en un momento de mi vida, qué momento, en el que no bebía nada más allá de Africolas, y con este espíritu próximo a la contrición iba yo a entrar en el Tacheles cuando un chico alto y rubio y con el pelo corto menos en el cogote, donde le nacía una caprichosa coleta, me inquirió en un inglés extranjero dónde encontraría un sitio cool de marcha que no fuera tan loud como el Viva Zapata, el antro contiguo al Tacheles del que acababan él y sus compinches de salir.
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­­­­­­­­­Le expliqué que yo didn’t know very many discos in Berlin and least of all (recuerdo haber usado la expresión least of all) en Mitte, que yo venía de tomarme en el Reingold un par de cócteles sin alcohol, a base de granadina y otras puñetas para gente que madruga y que maybe, if you like cocktails, Reingold’s not too bad a spot (me había dado por el enrevesamiento aquella noche, como todas las noches).
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­­­­­­­­Él señoreaba a su tropa y me pareció eslavo por lo chulo de su inglés y lo directo de su actitud. Sus colegas me miraban con cara de haber aterrizado esa misma tarde en Berlín, caras por momentos ansiosas y por momentos idas o perdidas, y yo entendí que mis indicaciones de nada les estaban sirviendo, pero el rubio, como por deferencia, o por hastío, o claudicando, propuso al grupo ir a tomar un cóctel al sitio del que yo venía.­
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­­­­Fue en su tono de renuncia donde reconocí una familiaridad patria; donde me reconocí. Su gente pedía baile y él aceptaba sentarse. Pensé que aquel acento decidido y trágico que me había sonado del este era gallego. Le pregunté. Lo era.

viernes, 6 de mayo de 2005

La U1

La ruta de la U1 la había hecho yo algún domingo a pie, permitiéndome el lujo infantil de cuestionarme la existencia, saliendo de Hallesches Tor con dirección al este, a lo largo del canal, en un paseo que parece idílico y a veces lo era, con los árboles llorando sobre el agua y la gente fatigando las orillas, echados en la hierba o pisándola (y dejando la hierba como siempre recordaré Kreuzberg, pero también como siempre me había imaginado este barrio antes de conocerlo, cuando solo era un nombre y la idea a él asociada de hierba que parece cemento y cemento que parece hierba), un paseo que comenzaba con los jugadores de petanca de la Blücher que se quejaban y reían con voces agudas en las que yo creía reconocer dejes eslavos y continuaba por Prinzenstrasse donde a los turcos jóvenes se les veía paseando solos, en contraste con la siguiente estación de Görlitzer Park, el parque con un cráter donde iban familias enteras de turcos en las que el marido se podía estar rascando la entrepierna mientras el pelón jugaba al fútbol con una camiseta del Barcelona y la mujer todo lo miraba con su chador y parecía flotar en una felicidad a la que yo nunca accedería.

La última vez, sin embargo, hice la ruta en sentido contrario, cogiendo el tren en Warschauer Strasse. Se acababa otra noche en Friedrichshain y desde el vagón miré los tejados. Parecían estar contestándome, como la gente que había visto por la misma ruta algunos domingos. Lo que ahora se me escapa es qué les estaba preguntando.

jueves, 5 de mayo de 2005

Schaffen wir. Locker.

Llegábamos tarde al cuco aeropuerto de Tegel, decidimos coger un taxi, y como a veces la vida puede parecerse a una película de Almodóvar, en el primero de la parada estaba esperando Andreas, un alumno mío. “Hola, profesor. ¿Quieres un taxi?”. “Sí”. “Yo tengo uno”.

Alumnos me encuentro a menudo por la ciudad y por alguna razón que no hace al caso, prefiero hablar en alemán con ellos. Con el propio Andreas había topado antes en la exposición de Kubrick en Martin-Gropius-Bau, en la sala dedicada a Atraco perfecto, y me costó entenderle. Ahí me explicó que le divierte la jerga e intercalar en el discurso algún término de Zille, antiguo escritor canalla.

Esta vez, después de celebrar que las películas de Almodóvar se pueden parecer a la vida, le pregunté si cogeríamos el vuelo. Él me contestó, con su verbo de machete, la frase con la que he titulado. Una hora después, con mi amigo ido ya a Madrid, me di cuenta de que por primera vez había logrado captar cada palabra de Andreas.

Como para fregar la nostalgia de las partidas, quise concienciarme de que mi alemán estaba creciendo. Después de cada clase, nunca sé si los alumnos han aprendido, pero me desvivo para que salgan con esa sugestión de avance.

Benítez

Anoche volvía campante de una clase particular y rompió a llover como si la lluvia quisiera rayar los muros. Me metí en un bar con sillas y mesas de madera, billar, juego de dardos y pantalla de televisión gigante. Ponían el partido de Liga de Campeones Liverpool-Chelsea. Al Liverpool lo entrena un español triunfante en el extranjero, Rafael (Rafa) Benítez. Me cobraron un euro por un vaso de cocacola.

En la sala, un par de ingleses levantaban el brazo cada vez que la regenta del lugar entraba con jarras de cerveza. Sólo estábamos ellos, otros dos alemanes y yo. El partido resultó bregado, sudado, asqueroso; por lo que me dediqué a apuntar, en aquella oscuridad, algunos exabruptos de los ingleses, hinchas del Chelsea. A ver si se diferenciaban en algo de lo en España se suelta.

“Aah, nice skill. That was a fucking beautiful skill” (¿diría un castizo, cuando su equipo va perdiendo: “Ay, qué control más bonito. Ese puto control ha sido precioso”?). “They can play so beautifully at times” (¿diría un castizo: “A veces juegan tan bien”, con un deje de melancolía que todos alcanzan a oír? Y ese “tan” tan anglosajón).

Para mi sorpresa, encontré los comentarios de los aficionados ingleses más articulados y sensibles (no me socorre otra palabra mejor) que los de la mayoría de hinchas castellanos -y catalanes- que he visto. Y el equipo de Benítez pasó la pantanosa eliminatoria.

miércoles, 4 de mayo de 2005

¿Cómo odiar Berlín?

Hay gente, poca y bienintencionada, que al leer en esta bitácora la entrada “Cómo odiar Berlín”, se han pensado que esta ciudad me empezaba a traer de los pelos. Yo escribí y reescribí aquel texto con la intención de que cada frase en él fuera irónica. Obviamente, no se ve. A Berlín, más que a nadie, le debo esta aclaración.

Si hay una palabra que el urbanista se ha llevado de su reciente visita a la ciudad, ésa es locker, “cómodo”, “despreocupado”; difícil de traducir, pero él mismo no ha tardado en aplicar el adjetivo a la vida que Berlín me permite. No así ninguna de las ciudades grandes que tiene España. ¿En cuál podría encontrar un piso con suelo de madera, céntrico, para mí solo?

¿En cuál podría encontrar aire y tiempo para respirarlo?, ¿en cuál levantarme sin despertador; sentirme tan ancho; ver en cosa de meses a Perahia, Pogorelich, Radu Lupu y Barenboim? Desayunar fuerte y tranquilo. Escribir cada día. La ciudad no me prometía más. Yo puse de mi parte y curré. Hasta la fecha, mis pretensiones se han cumplido muy locker. ¿Cómo odiar Berlín?

martes, 3 de mayo de 2005

Extraterrestres

Se insinúa el verano y la piel se multiplica. Ha llegado la hora de que el cuerpo se exponga. Y los cuerpos llegan con una mezcla de aprensión y deseo. En lo que va de primavera, he visto ya a varias adolescentes alimentándose de fideos de pollo deshidratados, de los que se usan para la sopa china.

La primera vez que los adolescentes me parecieron de otro planeta fue en un tren de cercanías desde Sant Pol de Mar a Barcelona. Era sábado, y al grito de “camiseta”, un grupo de seres de unos trece años se las intercambiaron, mostrando sus cuerpos tiernos pero pasados ya por algún gimnasio.

Hoy he cumplido treinta y dos. Cada año que pasa es otro que me alejo de la edad de mi hipotética descendencia. Si los adolescentes actuales ya me resultan remotos, ¿qué tipo de relación puedo esperar con alguien treintaitantos años menor?

A veces consigo que este tipo de pensamientos me suenen adolescentes: imbuidos de esa lógica de la prisa que todo lo quiere ya; orgullosos hasta el extremo de planificar cada extremo. ¿Por qué me acaba de salir un párrafo tan Antonio Gala?