El Tacheles
Se entra desde la Oranienburger Strasse por una escalera ascendente, grafiteada y muy poco suasoria; va contra el espíritu del lugar tener portero. El espíritu del lugar lo sintetizan las diez o doce mesas de metal mal fijadas donde se pone la gente entre una penumbra roja y negra. En cualquiera de las mesas me siento al fondo: “siento” de sentarse y de sentirse.
La vez que estuve con Frau Casa Seca, apenas hablamos. Desde el fondo, nos dedicamos a observar a un grupo de turcos que gesticulaban como raperos, acompañados por un europeo que les llevaba las copas, les hacía la pelota y acaso durmiera acurrucado; y por un par de chicas negras que se dejaban sobar y sacar fotos como si hubieran venido ex profeso.
La última vez, con Polly y el urbanista, éste, mirando por la cristalera al edificio de enfrente, quizá dijo que los grandes arquitectos son optimistas por esencia. O quizá dijo rompedores. El Tacheles es un gran escenario para inventar recuerdos.